Soñar es la máxima expresión de Libertad y el mejor remedio para el alma. Es la única forma de transportarse hasta los límites que plantea la imaginación y enriquecer la visión del universo.
El siguiente es un extracto del libro Si un Perro fuera tu Maestro… 12 lecciones de Vida que deja un Perro antes de partir.
Los perros no sólo dormimos, también soñamos. Es más, la mayoría de las veces hacemos lo segundo más que lo primero. En nuestros sueños vamos donde queremos, disfrutamos cosas increíbles y no tenemos límites. Yo no tengo consciencia clara de los momentos en los que duermo, pero recuerdo perfectamente cada sueño y no me imagino la vida sin la posibilidad de tomarme el tiempo necesario para soñar.
Mis amos solo duermen, y lo hacen todos los días en el mismo horario. No sé con precisión si también sueñan, pero dudo que puedan hacerlo con el poco tiempo que disponen para esto. Ellos tienen dos vidas: una que compartimos en la casa y otra que los tiene fuera la mayor parte del tiempo. Poco después que retornan de ésa otra vida que no conozco, se echan a dormir, luego se despiertan apurados y salen de nuevo. Esa es la vida que llevan la mayor parte del tiempo, y por ello deduzco que tienen muy pocas posibilidades de soñar; están siempre cansados y apurados…
Por otra parte también es posible que en realidad no sepan soñar, porque si lo supieran encontrarían la forma y el tiempo para hacerlo.
Soñar es la máxima expresión de Libertad y el mejor remedio para el alma. Es la única forma de transportarse hasta los límites que plantea la imaginación y enriquecer la visión del universo. Este regalo que viene asociado a la Vida existe para ser usado en abundancia, no tiene costo, no requiere ningún esfuerzo y nunca se agota. ¿Se habrán preguntado alguna vez los seres humanos porqué tienen la capacidad de soñar? Estoy seguro que entienden porque y para que los ha dotado la naturaleza del intelecto y de las propias emociones, pero me temo que tienen poca consciencia de lo que es y lo que representa soñar. Tienen la capacidad de explicar con mucha propiedad hasta la función que cumple el último de sus cabellos, la naturaleza de la primera de sus células y el papel que juega la más solitaria de sus neuronas, pero presumo que no entienden porque tienen la capacidad de soñar.
Sin embargo es tan completa y absoluta la perfección de la Vida que nada en ella se encuentra dispuesta por azar; los sueños son como esas dos piernas o esos dos brazos que les han sido otorgados, tienen una función vital que cumplir para perfeccionar la magia de la existencia, o diré mejor, el milagro de vivir. Y si dos brazos son de utilidad, cuánto más los sueños que no están sujetos a la limitación de ningún musculo o ley física.
Ése soplo de divinidad del que está compuesta la vida tiene en los sueños una de sus manifestaciones más grandes, al menos acá en la Tierra, en éste escenario limitado de las dimensiones físicas. Esa integridad que representa el ser humano, encuentra en la capacidad de soñar una manifestación mucho más poderosa que aquella que le otorgan sus capacidades motrices y emocionales. Los sueños poseen más poder que los pensamientos y los sentimientos y que cualquier sinergia que pueda existir entre ellos. Los sueños no son una manifestación corporal y tampoco son una medida del actuar del alma, porque superan en mucho cualquier producto que pueda surgir de la combinación de ambas. Se acercan mucho más a la dimensión espiritual que explica la propia vida, aunque tampoco son una manifestación específica del espíritu. Los sueños son más bien ése vínculo que existe entre las dimensiones que limitan lo físico y el infinito, y la eternidad.
Si el hombre no tuviera la capacidad de soñar sería un prisionero perpetuo del tiempo y del espacio, y experimentaría su destino como quién viaja por una carretera construyendo cada trecho a medida que avanza. Son los sueños los que lo liberan y le permiten crecer a una altura que le está privada al resto de la naturaleza.
Al hombre le pasa con los sueños un poco de aquello que le sucede con la necesidad de sentir: se reprime, se limita, se contiene en respeto de convencionalismo que solo él entiende, o que posiblemente ni siquiera entienda pero que igualmente practica con esmero. Para ésos convencionalismos el hombre que sueña es un ser débil, ingenuo y poco productivo. ¡Deja de soñar! es una amonestación que tiene valor bajo los cánones de educación y formación establecidos. Los padres moderan la capacidad de soñar de sus niños como lo hace el interno de una prisión cuando piensa en su lejana libertad, como queriendo retornar de inmediato a la “realidad” que dictan la barras.
Para verificar que tanto de Realidad tienen los sueños le bastaría al hombre ver lo que ellos representan para sus pequeños. A ningún niño le son ajenos los sueños hasta el momento que el mundo de los adultos los cercena, bajo el argumento paradójico del cuidado y la protección. Soñar, dicen, es algo peligroso porque priva de consciencia y adormece los sentidos para actuar sobre la realidad. Existe el riesgo, dicen ellos, que quién sueña se debilite y sea presa de la voracidad que impera en el mundo, en este espacio fatal de “carne y hueso”.
Así se castra a los niños del potencial de soñar, como se lo hace con los toros para que tomen el mayor tamaño posible.
La maravillosa capacidad intelectual de los hombres no les alcanza para entender que si los sueños forman parte de las potencialidades humanas es por un motivo funcional, no por nada trivial. La naturaleza no hace nada al azar. ¡Los sueños existen porque son indispensables para completar la experiencia del vivir!
Cuando el hombre sueña crece, no se limita, y no pone en riesgo nada, especialmente ninguna de sus otras capacidades. Suponer que el niño que sueña reduce por ello sus aptitudes para enfrentar “la vida que le toca”, es lo mismo que suponer que al usar los brazos pone en riesgo su capacidad de caminar. Los sueños son una función natural que nada priva y en nada afecta a las demás.
El hombre es un ser que no tiene muchas ventajas físicas sobre las otras criaturas de la naturaleza. No le es posible volar, no puede sumergirse por mucho tiempo en el agua que cubre las tres cuartas partes del planeta, no tiene la fuerza del gorila o la agilidad del leopardo. Físicamente es un ser débil, emocionalmente un torbellino que poco se diferencia del más violento huracán, espiritualmente un ser tibio, carente la mayoría de las veces, incluso de “poseer Fe del tamaño de un grano de mostaza”. Se refugia en su capacidad intelectual, ése otro regalo que le ha sido entregado, pero lo hace como sus antepasados lo hacían en las cavernas, temerosos de ser víctimas de la naturaleza. El hombre se está convirtiendo en un ser solitario “con capacidad de pensar”, dueño de un cuerpo débil y en batalla permanente con sus emociones y su incredulidad.
Su intelecto es un tirano que lo tiene de rehén, y como tal, pocos con mayor poder; disponiendo a placer de su vida y su destino. Éste tirano es quién también le está privando de sus sueños.
Cuando el hombre entienda la importancia vital de su capacidad de soñar y la haga parte activa de su vida, cambiará su existencia.
Pues lo primero que otorgan lo sueños es Libertad, y éste es requisito indispensable para crecer; luego un hombre Libre y Grande tiene la capacidad de Amar y con ello darle cauce a las emociones constructivas. El hombre Libre, Grande y con capacidad de Amar se da cuenta que no es un accidente de la naturaleza, y con algo de fortuna, finalmente levanta los ojos al Cielo.
En los sueños todo es posible, y esto es lo primero que el hombre necesita reafirmar en el fondo de su psiquis: la Posibilidad. Un mundo de gente insegura es un mundo de pobreza. Los hombres que sueñan son los que precisamente han hecho posible la realidad, almas muchas veces turbadas e infelices por la fatiga de nadar contra la corriente. Un niño soñó con ser astronauta antes de serlo, otro soñó con una nave submarina antes de construirla y en los páramos abiertos y sin fin de la imaginación, alguien sueña hoy con la cura para la enfermedad que mata sin remedio. El presente es producto de los sueños del pasado y el futuro se gesta ahora en las mentes de esos seres libres que aún quieren soñar.
¿Soñar toma tiempo?, seguro, y es más: quita tiempo, que es lo mejor. Nadie puede soñar si no se da el tiempo para hacerlo, por eso son tan preciosas mis siestas. Seguro también puede soñarse despierto, pero encuentro que ésa es una forma de faltarle el respeto a los sueños, como darle una muestra de cariño a alguien mientras se come una hamburguesa. ¡Tiene que existir un tiempo específico para soñar!
Quiero que las personas tomen siestas y le quiten un poco de tiempo a ésas dos vidas que llevan en inmaculada rutina. Que se recuesten donde prefieran y que sueñen hasta alcanzar aquello que desean, eso que quieren hacer desde el fondo de sus corazones. Que viajen por todo el espacio, sin peso y sin tiempo, que conozcan y disfruten del horizonte ilimitado, de la naturaleza en su mayor grado de pureza. Que sientan los olores del campo, la humedad de la hierba, el calor del sol que no molesta, la sensación del frío que invita a la intimidad. Que vean a las personas que aman allá donde quieren verlas, que vuelen junto a ellas, que se abracen entre las nubes sintiendo el roce de las gotas de agua en las mejillas. Que conozcan a sus nietos que aún no han nacido, y a los hijos de éstos, que vean el fruto de su propia vida después que ésta haya concluido. Que se encuentren con aquellos que ya han partido y revivan emociones, conversaciones, abrazos. Porque en los sueños no existen recuerdos, todo es vida plena. Que tomen chocolate caliente con Goethe o un buen vino con Mozart, que compartan un tiempo en el estudio de Picasso o se sienten a escuchar al Maestro en su sermón del monte. Que se olviden del dolor o de la pena, y que entiendan que ellas forman sólo una parte de sus existencias, porque igualmente pueden subirse a los hombros del éxtasis y recorrer la campiña o mecerse en los brazos de la más profunda alegría mientras escuchan las notas de su melodía preferida. Y mientras sueñan con todo esto, que finalmente pierdan la consciencia y duerman.
¿Será razonable suponer que alguien saldrá de esta experiencia en peor estado del que entró? ¿Podrá decir alguno que se sintió mal o que se le hizo daño?
Por el contrario, los perros salimos de nuestros sueños llenos de amor por todo el mundo, con la felicidad moviendo frenéticamente nuestras colas. Y eso aun tomando en cuenta que carecemos del Poder que tiene la imaginación de las personas, y de sus vivencias, y de sus recuerdos.
Así también saldrán los hombres: con renovadas energías, limpia el alma de pesares y dispuesto el espíritu para el milagro. Los sueños no trabajan en el campo estéril de la resignación. Suponer que sueñan los que se han resignado a ello es una completa estupidez, triste es más bien el caso del hombre que ha resignado sus sueños porque ellos son los únicos que podrán acompañarlo, sin falta, hasta el último de sus días sobre la tierra.
Son tan peculiares los humanos que incluso sus formas de medir lo más básico son absurdas. Ellos miden la pobreza de acuerdo a lo que cada cual tenga para comer, para vestir, para educarse y para mantener a sus hijos, luego se encargan de proveer esto o de enseñarle a la gente como conseguirlo. Con mucho esfuerzo entienden que la verdadera pobreza se encuentra en el interior y que ésa otra que miden es sólo una consecuencia de ésta. Porque no existe hombre que carezca de algo si tiene por dentro lo elemental para entender la vida y enfrentarla. En éste sentido, miserable es quién carece de sueños, porque éstos son dínamo del deseo, motor básico de la sana ambición. Nadie sueña con la pobreza, con el dolor, con el sufrimiento, y por éste milagro de soñar se consigue, más bien, establecer las diferencias.
El opresivo circuito de miseria comienza allá en la casa, donde se le enseña al niño que soñar es una pérdida de tiempo, que la vida es así como se la conoce y que todo se resume en aprender a maniobrar las velas de acuerdo a como sople el viento. Allí nace la pobreza. Cuando el padre ambiciona que su hijo llegue más lejos de lo que él lo ha hecho pero a la vez impide que el niño entienda que en sus propios sueños construye su futuro. La Sociedad recibe perfiles pre-elaborados, no tiene la capacidad de formar el carácter de la gente como la tiene el hogar desde el día mismo que recibe una nueva vida. Las personas llegan al mundo con una reserva preciosa de posibilidades y lo único que precisan es que alguien temprano encienda la mecha; luego es cuestión de esperar, porque más pronto que tarde la carga explota, y construye una realidad que primero ha sido gestada en la imaginación y en los sueños.
Sobrecoge sólo pensar la responsabilidad que tienen los padres al traer una vida al mundo. En ello no sólo se juegan sus sueños, también los de sus hijos, y de ésta forma los de toda la humanidad.
Cuando los perros tenemos una jornada muy pero muy difícil (de ésas pocas que también nos tocan), decimos que “hemos tenido un día de humanos”. Cuánto espero alguna vez escuchar que mis amos digan “hoy he tenido un día de perros”. Ese será el momento que entienda, entre otras cosas, que están empezando a soñar, o para verlo de otra forma, que están aprendiendo a tomar una buena siesta.
Autor: Carlos Eduardo Nava Condarco